Me gusta esta época, el aire tibio, calorcito no sofocante aún, es como recuperar un poco de energía.
La ropa más liviana, más color, la cartera rosa, las blusas claras.
Hace tiempo que no veía a mis amigos, y ahora me gusta verlos sin paraguas.
Buscamos un café, de esos que se eligen, no de los que están al pasar. Llegamos a la hora, todos, menos Susana, pero ella llega impecable, con maquillaje y peinado adecuado, creo que el matrimonio le sienta bien, radiante, está contenta y se le nota.
Tomamos algo rico y compartimos historias, lo que ha sido de la vida, del trabajo, del futuro, de todo. Hay un poco más de experiencia, y eso nos da tranquilidad.
Extrañaba a mis amigos, los echaba de menos, me hace bien verlos, a pesar de las dificultades, aunque sean pocos, pero están ahí y me gusta.
También me gusta que superen sus dificultades, que la vida continue.
Y quizás por eso creo que Susana está mejor, ya conté su historia aquí una vez, un pololeo tortuoso de años, y un matrimonio con otro, que al parecer es un encanto.
Recuerdo esa copa de margarita en un Abril, y su noticia de un nuevo galán después de una ruptura reciente, pero Susana no podía esperar.
Recuerdo cuando me dijo que se casaba, y en unos días yo estaba vestida de punta en blanco para acompañarla en el si quiero, más importante.
Ese día en que el sol era un regalo, y desde el edificio se veían las copas de los árboles iluminadas, que me hacían creer que estaba en el fin del mundo.
Un mantel blanco, un arreglo floral precioso, unas argollas brillantes, y un ambiente de esperanza y alegría inolvidable.
Ese día, me sentí feliz por Susana, que superó su tristeza y se la jugó por alguien, y porque ese alguien también se la jugó por ella, y porque nadie puede sufrir eternamente, y porque no hay mal que dure cien años.
Y así tantas historias felices y menos felices que se comparten, los ojos alegres, las reuniones espaciadas pero necesarias, los consejos, los brindis, las risas, y más aún con este sol, que también es un regalo.
La ropa más liviana, más color, la cartera rosa, las blusas claras.
Hace tiempo que no veía a mis amigos, y ahora me gusta verlos sin paraguas.
Buscamos un café, de esos que se eligen, no de los que están al pasar. Llegamos a la hora, todos, menos Susana, pero ella llega impecable, con maquillaje y peinado adecuado, creo que el matrimonio le sienta bien, radiante, está contenta y se le nota.
Tomamos algo rico y compartimos historias, lo que ha sido de la vida, del trabajo, del futuro, de todo. Hay un poco más de experiencia, y eso nos da tranquilidad.
Extrañaba a mis amigos, los echaba de menos, me hace bien verlos, a pesar de las dificultades, aunque sean pocos, pero están ahí y me gusta.
También me gusta que superen sus dificultades, que la vida continue.
Y quizás por eso creo que Susana está mejor, ya conté su historia aquí una vez, un pololeo tortuoso de años, y un matrimonio con otro, que al parecer es un encanto.
Recuerdo esa copa de margarita en un Abril, y su noticia de un nuevo galán después de una ruptura reciente, pero Susana no podía esperar.
Recuerdo cuando me dijo que se casaba, y en unos días yo estaba vestida de punta en blanco para acompañarla en el si quiero, más importante.
Ese día en que el sol era un regalo, y desde el edificio se veían las copas de los árboles iluminadas, que me hacían creer que estaba en el fin del mundo.
Un mantel blanco, un arreglo floral precioso, unas argollas brillantes, y un ambiente de esperanza y alegría inolvidable.
Ese día, me sentí feliz por Susana, que superó su tristeza y se la jugó por alguien, y porque ese alguien también se la jugó por ella, y porque nadie puede sufrir eternamente, y porque no hay mal que dure cien años.
Y así tantas historias felices y menos felices que se comparten, los ojos alegres, las reuniones espaciadas pero necesarias, los consejos, los brindis, las risas, y más aún con este sol, que también es un regalo.
Etiquetas: amistad