domingo, octubre 21, 2007
Lo ha dicho: Niña Incógnita, a las 3:56 p. m.

Me gusta esta época, el aire tibio, calorcito no sofocante aún, es como recuperar un poco de energía.
La ropa más liviana, más color, la cartera rosa, las blusas claras.

Hace tiempo que no veía a mis amigos, y ahora me gusta verlos sin paraguas.
Buscamos un café, de esos que se eligen, no de los que están al pasar. Llegamos a la hora, todos, menos Susana, pero ella llega impecable, con maquillaje y peinado adecuado, creo que el matrimonio le sienta bien, radiante, está contenta y se le nota.

Tomamos algo rico y compartimos historias, lo que ha sido de la vida, del trabajo, del futuro, de todo. Hay un poco más de experiencia, y eso nos da tranquilidad.
Extrañaba a mis amigos, los echaba de menos, me hace bien verlos, a pesar de las dificultades, aunque sean pocos, pero están ahí y me gusta.
También me gusta que superen sus dificultades, que la vida continue.

Y quizás por eso creo que Susana está mejor, ya conté su historia aquí una vez, un pololeo tortuoso de años, y un matrimonio con otro, que al parecer es un encanto.

Recuerdo esa copa de margarita en un Abril, y su noticia de un nuevo galán después de una ruptura reciente, pero Susana no podía esperar.
Recuerdo cuando me dijo que se casaba, y en unos días yo estaba vestida de punta en blanco para acompañarla en el si quiero, más importante.
Ese día en que el sol era un regalo, y desde el edificio se veían las copas de los árboles iluminadas, que me hacían creer que estaba en el fin del mundo.

Un mantel blanco, un arreglo floral precioso, unas argollas brillantes, y un ambiente de esperanza y alegría inolvidable.
Ese día, me sentí feliz por Susana, que superó su tristeza y se la jugó por alguien, y porque ese alguien también se la jugó por ella, y porque nadie puede sufrir eternamente, y porque no hay mal que dure cien años.

Y así tantas historias felices y menos felices que se comparten, los ojos alegres, las reuniones espaciadas pero necesarias, los consejos, los brindis, las risas, y más aún con este sol, que también es un regalo.

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martes, octubre 09, 2007
Lo ha dicho: Niña Incógnita, a las 9:31 p. m.

Me abrocho la bufanda al cuello, hace frío y está oscuro. Hay una señora, con sandalias, como tantas otras, yo pienso que es una osadía. La mujer tiene unos 60 años app., lleva el pelo perfectamente teñido de marrón, con visos, y perfectamente cortado. En realidad demasiado perfecta. Tiene su cartera de cuero, con diseños florales, bien sujeta, lee un libro, pero no se cual es el título, tampoco me esfuerzo en enterarme, estoy un poco corta de vista.

Estoy sentada frente a ella, a ratos cierro los ojos, y "sueño" que estoy trabajando y tengo mil cosas que hacer, después despierto y los ojos me pesan. La noche anterior estuve trabajando extraordinariamente hasta muy tarde; me cuesta olvidar, me cuesta dejar todo atrás.

La mujer apenas se mueve, no tiene arrugas, o quizás yo no las veo. Tiene un collar de oro grueso. Cierro los ojos de nuevo y vuelvo a soñar, despierto, recuerdo que yo ya no viajo con joyas, con ninguna, ya aprendí.

La mujer está de traje de tela, no sé su nacionalidad y parece que el señor canoso que está a su lado es su marido.

Queda poco para el embarque, y me paseo, ya está amaneciendo, hay muchas personas, muy distintas.

Es la hora de partir, me pongo de pie y me acerco a la fila. Hay tres personas que conversan en inglés, uno de ellos está de medio lado, me mira y sonrie.

Me pregunta si soy chilena, él es mexicano, muy parecido a juan gabriel, con pelo teñido de rubio, cejas perfiladas, anillo en el dedo meñique, y bolso louis vuitton, es muy simpático. Ahora inicia un mes de viaje con una pareja de ingleses, a recorrer Brasil, Uruguay, Argentina y Chile. Quiere terminar en Valparaíso, y Viña.
Maravilloso este aeropuerto, muy moderno, comenta él, la inglesa aporta un "very nice".

Ajusto el cinturón, olvido a la señora, al mexicano, y dejo todo atrás. Los días están tan tranquilos, tan llenos de sol, de cosas extrañas, es respirar vacaciones unos días.
Olvidé lo que me ata, el aire ya no es frío, y hay un negro que habla un español extraño para ofrecer helados, me dice "yapo comadre, cachai", me saca risas.

Rio es grande, es inmenso, me parece lindo, de pronto, miro en alto, y veo un Cristo de brazos abiertos grandes esperanzadores, como pretendiendo dar paz a este mundo.

No hay olas, en el lugar donde estoy, parece de postal, miro a mi alrededor, y la señora del aeropuerto se acerca al mar, ahora confirmo que el señor canoso es su pareja, ella es distinguida hasta para caminar en la arena.

El último día, camino con algo de nostalgia, pero alegría de regresar, el negro de los helados me grita "hey pelolais, mañana nos vemos". Sonrío y camino , no le explico que ya regreso a mi patria, porque no tendría mucho sentido.

Terminan los días que había esperado tanto, pero eran muy necesarios, al menos algunos de esos días me pude desconectar, y la vida tiene que seguir su curso normal.
En mi bolso de viaje, viene una bufanda roja, la saco y la ajusto a mi cuello de nuevo, ya estoy en Santiago.