Martita, la secretaria, de la oficina en la que me estreso por estos días, se queda hasta tarde, fuera del horario de oficina, para dejar todo listo para el lunes... pero hoy, todo se desordena, el escritorio vuelve a ser un desastre. Y se llena de personas impacientes para ser atendidas pronto.
Y yo, que necesito de la Martita, nada le puedo pedir, porque el teléfono no para de sonar.
Me resigno, y vuelvo a mi escritorio, que se me hace enano, no llevo ni un mes, y parece una montaña. Tengo mi agenda que es como una biblia, y trato de ser ordenada, como era cuando estaba en la universidad, o en el colegio con mis cuadernos, pero aún así, me cuesta. Me cuesta hacer ese orden.
Me gusta hacer las cosas bien, no me gusta tropezar... no me gusta caer, pero creo que a veces a porrazo se aprende.
Yo de chica fui así, no sé si conté en otra ocasión, pero aprendí a andar en bicicleta sin caerme, porque no quería que mis rodillas sangraran como las de mis amigos, entonces amarré mi bicicleta de los extremos con cuerdas de saltar, y las até a las puertas del garage de mi casa. Hasta que aprendí a equilibrarme, y hasta hoy, nunca me caí de la bicicleta.
Así soy para todo, quiero aprender sin caerme, quiero ayudar, quiero hacer las cosas bien, pero no me resigno a que mi técnica de la bicicleta no siempre resulta.
Y para hacer las cosas bien no me gusta pasar a llevar, ni tratar a las personas mal, pero aún no sé cómo ser firme y sacar la voz sin herir, prefiero ser más suave, pero quizás esa tampoco es la forma.
Y al final del día, veo en mí algo de soberbia, de querer siempre, que las cosas sean como yo quiero, y que en la vida, no siempre las cosas son como uno quiere.
No he dejado mis comentarios en los blogs que siempre visito, este fin de semana a más tardar, pasaré por todos, un abrazo, y gracias por descongelar este blog.
Etiquetas: querer.